viernes, 3 de noviembre de 2017

Alfonso Barrantes Lingán, ese extraño animal político que conocí

Por:Walter Lingán. De sopetón, entré corriendo al taller donde papá hablaba con un señor vestido de terno oscuro. “Saluda, muchacho malcriado, es tu tío Frejolito”. Tendría unos nueve o diez años esa primera vez que vi a Alfonso Barrantes Lingán en San Miguel de Pallaques (Cajamarca) donde nació un 30 de noviembre de 1927. Después en Lima, fue habitual su presencia en casa. Saboreando cuyes y papas, regado con aguardiente de Jancos, se extendían en largas conversas políticas. Yo sólo escuchaba. Más tarde, en Colonia, recién empezamos a tratar los temas de la Izquierda Unida (IU) y las cosas que pasaban en Perú. Cuando era dirigente barrial en Collique, denunciamos los negociados del comandante Reátegui, jefe de SINAMOS. Apoyándose en dirigentes apristas hacía firmar contratos para realizar pistas, veredas, instalaciones de agua y desagüe y electrificación con empresas que no existían. Hacía trabajar a los soldados usando maquinaria del ejército. En una asamblea pública nos amenazó de muerte a los opositores y organizó redadas, amparado en su cargo, para encarcelarnos acusándonos de ser miembro de “nocivas ideologías extranjerizantes”. Incluso se me enjuició en el fuero militar. En esa oportunidad el tío Frejolito aconsejó que “pasara a la clandestinidad” hasta que se encuentre una solución. Después de dos semanas en su “escarabajo” azul-celeste taca-taca me llevó a las dependencias del tribunal militar. A su paso por los pasillos los soldados y abogados/jueces/militares lo saludaban con reverencia y yo iba asustado. “Estamos para servirlo, doctor Barrantes”, le dijo el juez militar en su lujosa oficina. Le explicó brevemente mi caso y en pocos minutos salimos con un documento que me exculpaba de todo “cargo subversivo”. Lo malo fue que la novia me dejó por otro. “Es el precio que se paga por el activismo político”, me dijo Alfonso. Después de la experiencia de la Unidad Democrática Popular, en 1980 se funda la Izquierda Unida (IU) que lo llevó a convertirse en 1983 en el exitoso primer alcalde socialista de Lima y en 1985 en el candidato presidencial más votado que tuvo la izquierda. Desde 1982 hasta poco antes de su muerte mi casa en Colonia se convirtió en lugar obligado en cada viaje a Europa. Algunas veces vino acompañado de alcaldes distritales y provinciales que buscaban la financiación de diversos proyectos. En 1984 lo ingresamos en la Clínica Universitaria de Wuppertal para tratarlo de una litiasis renal, las famosas “piedras en mi camino”, como decía. En un viaje a Bonn al ver el letrero de Ausgang (Exit/Desvío) dijo “esa ciudad Ausgang debe ser muy importante porque tiene muchas entradas”. Sentados frente al Rhein, me hablaba de las dificultades de lidiar con toda laya de maoístas, trotskistas y oportunistas que se subieron al carro del parlamentarismo. Lo complicado que era dar comer en un solo plato a toda esa gama de perros, gatos y pericotes celosos, ególatras, ambiciosos y caudillistas. Toda aquella izquierda (des)unida para el mitín que jamás será vencida, del desborde popular, en la que ahora casi nadie cree y sigue enfrascada en broncas, enredos y roturas incontables. Tras la experiencia de su Izquierda Socialista en las elecciones de 1990, al conocer los resultados, el tío Frejolito expresó que “había sido flagelado por la historia”. En 1992, al ser acusado por Fujimori como “embajador del terror en Europa”, lo llamé para pedirle consejo, con esa chispa conocida, “te asustó el chinito”, contestó. “A ver sobrina, plánchame esta camisa”, le pidió a una exnovia, una alemana militantemente feminista. Lo manera coqueta con que lo dijo doblegó a la orgullosa fémina. “Lo hago por respeto, porque es tu tío, pero sólo por esta vez”, me dijo. Con mis hijos Anja y Sayri charlaban muy animados, ellos en alemán y él en español. Sayri le mostraba sus libros de cuentos infantiles y el tío Frejolito mirando los dibujos iba inventando cualquier historia. Tenía mucha paciencia para tratar con los niños y los jóvenes. Le gustaba coleccionar ceniceros y de cada bar salía con uno en el bolsillo. En Düsseldorf, en casa del poeta Leopoldo Chariarse, contó que la gente lo sacaba a bailar y no sabía, por lo que me pidió que le enseñara los pasos básicos del huayno. Esa noche le propuso a Julio Ramón Ribeyro ser ministro de educación en un posible gobierno de IU. “Tengo miedo que ganemos las elecciones. No estamos unidos, somos una olla de grillos. El veleidoso de Javier Diez Canseco no es confiable, tampoco el belicoso de Jorge Hurtado/Ludovico. El único que tiene que estar en un gobierno de izquierda es Alberto Moreno”. Desde Cuba recibía anualmente una caja con media docena de botellas de ron que le enviaba su amigo Fidel Castro. A Erich Honecker, dirigente de la ex República Democrática Alemana, le unía también una amistad especial, así como a Nicolae Ceauşescu, expresidente de Rumanía. Bastaba una llamada para conseguir una beca o una visa para uno de los países de la órbita del “socialismo real”. Nunca le pedí nada para mí ni para mis familiares. En cambio sé de mucha gente que lo perseguía solicitándole los apoye con “una bequita” por su “desempeño voluntario y desinteresado” en la IU. Pero en Surco mandaba su pata del alma Reynaldo “El Panzón” Quispe, quien ladrillo a ladrillo construyó la casa. En unos de mis viajes a Lima lo invité a Comas. Arnulfo Medina, en ese entonces alcalde de IU, ordenó limpiar el local a fondo para recibir al compañero alcalde de Lima. Desde Surco hasta Comas fue una procesión eterna en el combativo “escarabajo” azul-celeste taca-taca. El tío Frejolito era detenido en cada esquina, hombres y mujeres le saludaban, le agradecían y admiraban al mejor alcalde, al querido e inolvidable Frejolito, también al doctor Barrantes, al pisadiablo que predicaba honradez en el estercolero de la criollísima política. “En la izquierda podemos equivocarnos, pero nunca meteremos las uñas” fue su divisa. Al escritor Alfredo Bryce Echenique le contó las razones porque los peruanos iban a recordarlo siempre. “Primero, porque creé el vaso de leche para los niños, y recuerda que los niños no votan. Segundo, por este “escarabajo” celeste, más viejo que Matusalén. Y tercero, porque fui enamorado de Paloma San Basilio, a la gente le encanta saber que su alcalde también tiene su corazoncito”. En Lima se movilizaba sin protección a pesar de que unos oficiales de la polícía le dijeron “un hombre como usted no puede andar así por Lima”. Alfonso Barrantes Lingán, el famoso tío Frejolito, murió en La Habana el 2 de diciembre del 2000 y el pueblo peruano sigue recordando a ese extraño animal político. Revista Identidad de Cajamarca.